viernes, agosto 08, 2008

Investigación sobre los vendedores ambulantes a principios del siglo XX

por Leo A.

La Lagunilla fue inaugurada en 1904, y fue en “su momento la principal esperanza para enfrentar el problema de ordenamiento del comercio, pero la ilusión duró poco tiempo”. Desde entonces la Ciudad de México vivía problemas con los vendedores ambulantes, a quienes Roger Mario Barbosa Cruz, profesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) llama “trabajadores de la calle” en su libro El trabajo en las calles. Subsistencia y negociación política en la Ciudad de México a comienzos del siglo XX.


Las fotos ilustrativas pertenecen al libro y no tengo permiso...

Una de las características más notables en la Ciudad de México a lo largo de la historia ha sido la venta de una diversidad de mercancía y alimentos en las calles, y quienes la realizaban, como en la actualidad, principalmente buscaban su subsistencia. Sobre los trabajadores de las calles de principios del siglo pasado trata este ensayo.

El libro editado por el Colegio de México tiene como objetivo “analizar hasta dónde se transformaron las formas de trabajo y las prácticas sociales de esta población en un momento de modernización del espacio físico y de inestabilidad políticas” durante las tres primeras décadas del siglo pasado.
Mario Barbosa explica que debido al problema que generaban estos trabajadores de la calle (insalubridad y suciedad) y quienes eran mal vistos por la “gente pudiente” fueron reubicados ya sea inaugurando otros mercados como el de La Lagunilla en 1904 o trasladando el “mercado” o tianguis completo a otras zonas, como El Baratillo el cual fue reubicado en 1901 hacia las calles de Bartolomé de las Casas, “en donde se fundió con el mercado local, fijando las bases para el fortalecimiento de este rumbo comercial, hoy conocido como Tepito”.






El autor además nos habla sobre cómo los vendedores o personas que ofrecían servicios o que entretenían a los transeúntes se relacionaron con el poder político para lograr mantener sus actividades; así como de los cambios que se fueron dando en las “actividades productivas y de socialización” debido a la paulatina extensión de los servicios urbanos.

El autor detalla que los trabajadores en las calles de aquella época vendían alimentos y bebidas, telas, servicios de artesanos especializados, artículos robados, y casi no se vendían artículos de producción “industrial masiva”, como ocurre en la actualidad; así como de prestadores de servicios como afiladores, boleros o anunciantes; o de “comediantes callejeros” que hacían acrobacias, paseaban animales y personajes exóticos, o que “leían la suerte”.
Estos vendedores o trabajadores de la calle se apostaban principalmente en las zonas más transitadas como alrededor de mercados, estaciones de tranvía y de ferrocarriles, escuelas, baños públicos, albercas, jardines o plazas.

Esta investigación fue ganadora del Premio Salvador Azuela 2006 del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM), y una de sus principales conclusiones es que las actividades realizadas en las calles por estos trabajadores (a quienes el autor nunca los cataloga de “sin oficio”, “marginados”, “pobres” o “vagos”, lo cual limitaría la investigación) es una “muestra del proceso de segregación espacial producto del crecimiento urbano y poblacional” que se daba y sigue dando en la Ciudad de México.

PD. La foto sobre los ataudes en la calle ilustra una parte del libro la cual habla de que como la gente pobre no tenía para pagar los servicios fúnebres, entonces a esta gente se le había asignado un tranvía fúnebre el cual los trasladaba al Panteón de Dolores, pero a veces tenía que esperar esta gente hasta tres horas en la calle a esperar que pasara este tranvía.

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