sábado, diciembre 20, 2008

Crónicas de una voz silenciada
I
por Leibeo Ábrego

El sol comienza a caer, y ráfagas de viento frío hacen tiritar a las personas a mí alrededor, sin embargo yo no siento que se estremezca mi cuerpo; y cómo desearía experimentar ese frío.



De vez en vez alguien gira su cabeza y me mira, pero nadie se acerca; y como me gustaría decirles que me siento solo, que llevo días y noches sin que nadie me abrace o me acaricie, pero no puedo, algo me lo impide. A ella, del cabello lacio rojizo, que se ha sentado unos minutos a mi lado, pero si acaso me tomó en cuenta; y no pude decirle que esas lágrimas deslizando sobre su mejilla limpiaban su alma o corazón roto; como hubiera deseado cantarle un par de canciones que aprendí en mi deambular, sin embargo ningún sonido pude emitir; ni sonreírle pude.


Es una impotencia no poder expresarle lo que siento a cada una de las personas que me rodearon; no poder decirle lo que pienso a cada persona que me mira y prosigue su camino; no poder siquiera escribir la sensación que recorrió mi cuerpo por cada caricia y besos que me dieron a lo largo de mi vida.

Solamente cuento con mi mirada que refleja el vacío que se ha ido acumulando por días y que me consume, sin embargo, no puedo articular palabras y decir que aquí estoy, con mucho amor para dar; que pondré mi hombro para cuando ella se sienta triste; que estaré disponible a cualquier hora y en donde sea cuando alguien requiera de abrazar por emotividad; que soy todo oídos si me quieren contar lo que piensan de la decepción, el amor o el odio.


Como quisiera gritar a todo pulmón que estoy aquí sentado esperando por una compañía la cual me haga sentir vivo, pero no puedo.

Ni siquiera puedo llorar y desahogar mi pesadez, y mucho menos puedo carcajearme para al menos burlarme de la desgracia que me invade, pero no puedo porque mi naturaleza me lo impide.



Mientras tanto, sigo estoico viendo caminar a la gente apresurada por llegar a un destino al cual tal vez no debieran llegar, y aunque no siento el frío mi corazón tiembla y se arrincona por la soledad a la que estoy expuesto; nadie se imagina que muero por susurrar que estoy solo, pero mi naturaleza me lo impide, y es que soy solamente un peluche abandonado en una banca.

1 comentario:

Anónimo dijo...

chale, ya me habías hecho llorar, cabrón!!